Por fin llegó el día de la esperada subida a Peña Carria. Parecía que no encontrábamos el momento para realizar esta ascensión y el día 24 de octubre a las ocho de la mañana, por fin comenzó esta aventura. Una vez todos reunidos y tras organizarnos en los vehículos, iniciamos la marcha hacia Arroyo de San Zadornil. El tiempo es bueno, día templado y piso seco. Aparcamos en el pueblo y alzamos la vista hacia la imponente pared de Peña Carria. Algunos no lo vemos claro, los más avezados lo ven con otros ojos, pero los novatos callamos. Al ver el despliegue de diversos medios:
arneses, cascos, mosquetones, cuerda y demás elementos desconocidos para algunos, esto no hace más que acrecentar nuestra preocupación. Las primeras indicaciones de Javi, con tono grave nos hacen ver que vamos a tener que estar atentos a las indicaciones de los guías. Partimos con el material revisado los nueve participantes: Javi, Felipe, Iñigo, Vidal, Luís Mari, Miguel, Carlos, Ekaitz y David. Salimos del pueblo y empiezan las desavenencias. Unos GPS dicen que por un lado, otros que por otro y al fin ni uno ni otro, monte a derecho. Una vez encontrada la senda, la ascensión no supuso mayor dificultad. Primera sirga en la pared y toca concentrarse ya que el camino se vuelve algo peligroso, nada para lo que venía. Llegamos a la cadena y Javi hace que nos pongamos cascos y arneses. Nos da las explicaciones necesarias y desaparece en una ágil trepada. Aparece, tras una voz, una cuerda lanzada y el primero en animarse Miguel, que en un alarde de fuerza, sale lanzado con una trepada potente y poco ortodoxa. Desaparece y se prepara el siguiente. Uno a uno vamos subiendo mientras disfrutamos de las espectaculares vistas otoñales hacia el parque de Valderejo. La subida por la cadena se nos antoja más larga de lo pensado, una vez arriba nos encontramos todos apelotonados en la arista. Aparece el frío fruto de la inactividad, así que abrigarse toca. La cresta nos ofrece un espectáculo de vistas impresionantes, con un pueblo empequeñecido y unos buitres engrandecidos con sus cercanos vuelos. La senda no demasiado estrecha y en ocasiones demasiado aérea para alguno; Javi lo nota y nos guía en los pasos más comprometidos hasta que vemos el buzón. Llegamos a la cima y esta nos permite descansar un poco, hacer unas fotos y contemplar la grandeza del entorno. Un almuerzo breve y ya pensando en el descenso, la parte más preocupante.
Desciende Javi, después de
darnos las instrucciones de seguridad, que es su prioridad en todo momento y nos deja con Ekaitz para supervisar el
descenso. Y así uno a uno vamos bajando en un emocionante rápel, siempre
siguiendo las instrucciones de Ekaitz y las voces de ánimo de Javi desde abajo.
Nos ha gustado tanto esta experiencia que no dudamos y volvemos a repetirla en
el siguiente descenso para así deleitarnos en ella. Una vez todos al pie de la
pared, nos desprendemos de los elementos de seguridad y bajamos por la estrecha
senda en un cómodo y rápido descenso.
Ya en el pueblo, bromas, recogida del material y a celebrarlo toca
con una buena comida.
En fin, un día de buen
tiempo, buena camaradería y gran disfrute, una experiencia que no olvidaremos.
Dar las gracias a Javi,
Ekaitz e Iñigo, que con su experiencia hicieron todo muy fácil, teniendo
siempre como bandera la seguridad, explicando en todo momento los posibles
peligros y cómo sortearlos. También agradecer la participación y la aportación
de nuestros dos invitados de lujo, Felipe e Iñigo.
Nos veremos en una nueva
aventura que seguro que nos será tan grata como esta.
Fotos:
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